Dra. Teresa Ontiveros. Escuela de Antropología. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Universidad Central de Venezuela. Investigadora - fundadora del Centro Ciudades de la Gente.
Abordar un estudio desde la experiencia de vida puede ser considerado un enfoque que resulta obvio, ¡qué no se desprende de la experiencia! Vocablo de uso constante tanto en el lenguaje popular, en los medios y en el lenguaje especializado, no pareciera tener trascendencia cuando se trata de formular una explicación e interpretación de lo que acontece en la vida social. Sin embargo, después de un tiempo de investigación, hurgando desde los clásicos de la disciplina antropológica, me encuentro asombrosamente con un estudio pionero en torno a la Antropología de la experiencia que se inicia en la década de los 80 del siglo pasado, teniendo como estudioso fundamental a Víctor Turner, antropólogo escocés, quien hizo sus principales estudios en Estados Unidos y teniendo sus continuadores entre antropólogos mexicanos, brasileños (entre otros). A través de la experiencia podemos observar cómo las relaciones sociales, en momentos determinados están cargadas de tensión, aspectos de la vida social que se mantienen en conflictos latentes se develan, irrumpiendo así dispositivos simbólicos profundamente arraigados, hasta el desencadenamiento de una vida social revitalizada o en procesos de franca fragmentación. Este proceso da cuenta de los dramas sociales que se viven en las colectividades. Los dramas sociales se expresan en formas narrativas. Un drama social se manifiesta en diversas fases desencadenantes:1) Ruptura; 2) Crisis; 3) Reajustes y 4) Reintegración de la vida social. Es en la fase de reajuste donde se produce la reflexividad.
De acuerdo al antropólogo mexicano Rodrigo Díaz Cruz, los dramas sociales expresados a través de las narrativas, permiten conocer los relatos no oficiales, relatos silenciados, enmascarados. Experiencias que configuran en palabras de Díaz Cruz, la propia identidad individual y colectiva. A través de la circulación de la vivencia, podemos intercambiar saberes, historias individuales y colectivas, el discurso de la existencia.
Mi búsqueda no sólo se viene haciendo en el plano teórico, puedo decir que ha sido el barrio Los Pinos, ubicado al suroeste de la ciudad de Caracas, en el Sector de Hoyo de la Puerta, mi fuente de inspiración. Ello se debe a que en el año 2003, junto con el geógrafo Armando Gutiérrez, emprendimos un estudio en torno a los desplazamientos forzados de población y los mecanismos de resistencias empleados por las familias. En ese estudio se nos revelaron muchas situaciones acontecidas en el barrio que marcaron su existencia territorial y sociolcultural. Ya a finales del año 2006 me propongo llevar a cabo una nueva investigación, justamente sobre la experiencia de vida social de Los Pinos. En sus 23 años de existencia como comunidad, las familias han estado marcadas por el desalojo, la falta de servicios, la inestabilidad de los terrenos…En 1999, al ser considerada la comunidad “invasora”, Invitrami le construye un muro a lo largo del terreno, con la intención de invisibilizarla por completo, es una fase que llamamos de ruptura, seguida de una profunda crisis por las consecuencias que se derivaron del muro: inseguridad y muerte en el sector; después de meses de movilizaciones y protestas, las familias logran que el muro sea parcialmente derribado, es la fase de reajuste al problema sufrido por la comunidad. En 2003 de nuevo se enfrenta la comunidad al desalojo, desencadenándose otro drama social. La fase de crisis y su intensificación: el desplazamiento forzado, seguido de enfrentamientos, protestas. De nuevo hubo una aparente suspensión del conflicto (fase de reajuste). La situación no fue superada (fase de reintegración) y las familias siguieron a merced del desalojo. Otro hecho que marca a las familias es el de comprender que viven en un terreno inestable, no obstante el riesgo natural es menos temido que el mismo riesgo social (violencia e inseguridad, reportada de muy baja intensidad en este sector). Pero en el año 2006, las familias se enfrentan a otro acontecimiento: la reubicación. Si bien al principio la recibieron con júbilo, ya que sería el momento de superar tanta precariedad, el traslado de la mitad de las familias (40) y la permanencia del resto en el sector, se ha constituido en un verdadero caos. Las familias reubicadas en una reurbanización popular, sufren en este momento la violencia más descarnada (bandas, tráfico de drogas, asaltos, apartamentos abaleados, etc.), así como la tensión que se deriva de la poca convivencia y vínculos frágiles entre los que conforman los conjuntos residenciales. Los que se quedaron conviven en un barrio medio derruido, las caminerías desvastadas, más precariedad de los servicios en general y al pasar de estos dos últimos años con la posibilidad del repoblamiento del sector por gente ajena, tan necesitada de un terreno para hacer casa. Se ha ido alimentando entre estas familias de Los Pinos una suerte de desesperanza y parálisis colectiva por no saber qué hacer, cómo actuar. Se ha desencadenado un nuevo drama social y esta vez produciéndose una crisis del ser colectivo.
En el proceso de reflexividad, las familias se sienten vulneradas en su condición de venezolanos y venezolanas que merecen un asentamiento digno, se sienten marginados y se sienten en condición de arrimados en un país que no les brinda la mínima posibilidad de una vida con derechos ciudadanos. La conciencia compartida nos muestra vínculos muy frágiles dentro del colectivo, éstos se reactivan en ciertos momentos, pero mientras tanto, la identidad del grupo sostenida a través de la resistencia se ve desgastada por los intensos grados de exclusión. La fase se reintegración nos muestra con crudeza un proceso franco de fragmentación, tanto de los que se fueron como de los que se quedaron. Las experiencias de vida acumuladas por este grupo evidenciada a través de la circulación de la vivencia, nos muestra una historia local sellada por un sentido de pertenencia ambivalente (irse o quedarse), por una identidad de la amenaza (desalojo/inestabilidad geológica), un vínculo social frágil. El sentido se construye a propósito de una experiencia de la sobrevivencia.
El barrio Los Pinos, apenas un pequeño territorio de la Gran Caracas, nos ha develado que en sus años de existencia, su condición de segregado se ha mantenido a través del tiempo y del espacio. Muchas de las familias han cifrado sus esperanzas en el proceso que se vive en el país, sin embargo, ni el poder local (oposición), ni los programas de vivienda, en manos del gobierno han logrado dar respuestas a los conflictos y dramas que viene acumulando esta comunidad. Como bien lo explica una habitante, se sienten viviendo en el limbo (situación liminar) y sin ninguna posibilidad de tener claro cuál es la salida.
Sólo nos resta advertir desde la misma experiencia, que los mecanismos de inclusión para el barrio Los Pinos, de igual manera para los barrios del país, deben ser multidimensionales/estructurales, una vivienda digna significa igualmente trabajo, educación, salud, transporte, recreación, apropiación de los espacios públicos, seguridad, fortalecimiento de la ciudadanía, intensificación de los vínculos entre los que comparten un espacio, redimensión de la relación identidad/alteridad, afianzamiento de la historia local, arraigo, sentido de pertenencia, estos dispositivos no han logrado articularse ni entre los que se quedaron, ni entre los que se fueron.
La vivencia de los que se fueron (y su circulación entre los habitantes que se quedaron), nos pone a reflexionar justamente en torno a las paradojas y contradicciones de la “inclusión”…
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(1) Esta reflexión forma parte del resultado del proyecto: Experiencia de vida social y construcción de sentido en un territorio popular urbano. Caso Barrio Los Pinos. Hoyo de la Puerta. Baruta. AMC. Proyecto financiado por el Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico (CDCH) Universidad Central de Venezuela. 2010
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