El papel de la universidad en la sociedad actual
Arq. Mildred Guerrero Echegaray. Profesora - Investigadora.
Miembro fundadora del Centro Ciudades de la Gente. Actualmente residenciada en Valencia, España.
Dibujo. M . Guerrero
En barrios históricos como El Cabañal la tradición desafía a la innovación y de ello surgen nuevas formas de espacios y de ciudadanía. La Planificación Urbana —invento del siglo pasado— rompió con esta simbiosis innovadora, y con el control y cercanía de los ciudadanos respecto a su hábitat” dijo el profesor Tato Herrera en su exposición en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Valencia, España, sobre el controversial barrio marítimo valenciano que está al centro de la diatriba política en esta ciudad.
Era un evento excepcional dentro de esta universidad pública española de la que, según afirman muchos de sus docentes y estudiantes, el debate sobre los temas más importantes y sensibles de la sociedad que la alberga está casi completamente proscrito.
Leo asimismo en un artículo que recientemente llegó a mis manos: En las últimas décadas las universidades han reducido su compromiso con las comunidades en particular y la sociedad en general, distanciándose de un sentido del propósito más elevado (…) las razones: su corporativización y comercialización crecientes , los patrones autocentrados de la docencia e investigación académicas, y la abrumadora atención a las necesidades de la vida laboral con respecto a las de la sociedad como totalidad….
En la actualidad, los habitantes pobres de las ciudades del sur y del norte, a pesar de ser la mano de obra vital que las mantiene en funcionamiento, parecieran no tener ya cabida en sus propias ciudades, y a merced de políticos que actúan según sus intereses electorales y de gobernantes que quieren convertirlas en símbolos sociales y de consumo para venderlas al mejor postor, sufren desalojos forzosos, procesos de renovación urbana diseñados para desterrarlos de ellas, o abandonos negligentes y deliberados a su suerte en los huecos negros de la urbanidad.
Las organizaciones que con fondos del Estado o la cooperación internacional dicen tratar con sus proyectos de equilibrar en alguna medida tanta inequidad, tienen en realidad poca incidencia en la situación, en parte por la inmediatez y la falta de miras a largo plazo en la consecución de sus objetivos inmediatos.
En este contexto de indefensión y extrañamiento, el papel posible de las universidades como aliados de los habitantes en sus luchas por el cambio social es insustituible, ya que concentran la reflexión, la experticia y el prestigio social que pueden generar el conocimiento necesario para superar las barreras de todo tipo que se oponen a este cambio, e influir y educar a la sociedad en su conjunto para que comprenda, acepte y empuje las acciones necesarias para lograrlo.
Pero para que ese papel fundamental pueda ser factible, las universidades deben vencer la resistencia que oponen sus anquilosadas estructuras, y cambiando sus métodos endogámicos, aceptar la parcialidad de su conocimiento teórico y la necesidad de complementarlo con el de aquellos que enfrentan los problemas día a día, abrirse, en fin, a la sociedad que las reclama, y permitir que se produzca esa fusión de saberes aparentemente contrapuestos, pero en realidad complementarios, en un proceso dialéctico del que surgirá el conocimiento necesario para superarlos.
Es éste el cometido que viene persiguiendo desde hace décadas con su trabajo el Centro Ciudades de la Gente, acompañado y apoyado por otros grupos e instancias de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela. No sin tropiezos, errores y retrocesos, este grupo de investigadores, docentes y sus aliados comunitarios, al cual me honra haber pertenecido, ha mantenido un esfuerzo pionero y sostenido por descifrar en toda su magnitud y complejidad el problema de los barrios autoproducidos latinoamericanos, por difundir estos conocimientos dentro y fuera de su recinto y abrirse a la discusión con los otros actores sociales que en ella intervienen, por formar a las nuevas generaciones de profesionales en el reconocimiento de esta realidad y del papel que están llamados a jugar dentro de ella, por generar, en fin, formas de intervención adecuadas para mejorarla.
Son incontables ya los eventos, iniciativas y logros que este sentido se han producido, y aunque la ansiada transformación de las condiciones de vida de la gente en los barrios no parece todavía estar cerca, y aunque la urgencia y la necesidad que atacan por todos los flancos hagan a los investigadores sucumbir por momentos a la frustración y la desesperación, cuando miramos atrás en el tiempo, y en la distancia, en mi caso, es innegable el cambio cualitativo que en mis 25 años de profesión he podido presenciar, en la relación entre la universidad y la sociedad venezolanas.
Particularmente en la Facultad de Arquitectura de la UCV, no es raro ni sorprendente asistir ahora a lo que en mis tiempos de estudiante hubiera sido inverosímil, como que representantes comunitarios participen abiertamente en foros e investigaciones académicas; que sus voces se escuchen sin censura en recintos antes vedados para ellos; que existan materias específicas sobre la problemática de los sectores informales, que en la materia de Diseño, eje vertebrador de la carrera, se realicen con frecuencia, inclusive como tesis de grado, ejercicios en barriadas populares; que los estudiantes realicen pasantías sociales en los barrios; que los métodos y principios de la investigación-acción participativa sean validados dentro de los criterios académicos.
Creo por tanto que todo este esfuerzo, al que por suerte se suman cada vez más individuos dentro de la academia, debe mantenerse, profundizarse y propagarse a otras universidades, en la búsqueda de generar un conocimiento crítico y transformador, capaz de responder adecuadamente a la necesidades más genuinas de la sociedad a la que se debe.
Mildred Guerrero Echegaray
Valencia, España.
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