Violencia en los barrios

36,5% de los afectados por la violencia en los barrios ha considerado mudarse de su zona

Son los desplazados por la violencia. Una masa de gente anónima se encuentra en movimiento permanente en los sectores populares venezolanos: se mudan de sus barrios, abandonan sus casas o envían lejos a sus hijos. Todos buscan lo mismo: escapar de las secuelas que deja la inseguridad. Cualquiera puede ser una potencial víctima, y las madres buscan sacar a sus hijos de un ambiente de violencia que podría llevarlos por "el mal camino"

14 de febrero 2010
02:02 pm - David González
El Nacional
La inseguridad es una de las principales preocupaciones de los venezolanos
Mudó a sus hijos del barrio apenas se convenció de que los buscaban para matarlos. Iba de regreso a casa una mañana cuando vio el cadáver abaleado de un muchacho, casi un niño, en una calle cercana. Una vecina le habló con palabras que fueron un antídoto contra el autoengaño.
"Saca a los morochos de aquí, porque a ellos también los estaban esperando". Los mellizos, sin haber terminado el sexto grado y a los 12 años de edad, enfrentaban una condena inapelable y sólo tenían una oportunidad para sobrevivir: escapar.
"Mandé a mis hijos lejos para protegerlos", recuerda la madre.
Lo hizo tanto como pudo: a la casa de los abuelos en el estado Sucre, a más de 400 kilómetros del barrio de Petare donde vivían. Huyeron, como quien huye de una guerra sin normas. Eran perseguidos por dos bandas rivales que coincidían en el deseo de verlos muertos.
"Nunca hicieron nada. Pero mi sobrino sí pertenecía a uno de esos grupos. Se quedó con el dinero de unos zapatos robados y lo mataron. Ahí empezó todo". Los niños, por el mero hecho de ser familiares, quedaron marcados en la lista de blancos para la ejecución.
Otra madre, en Catia, en el extremo opuesto de Caracas, ha preparado por meses la mudanza de la familia entera. Tiene todo planeado y, si no hay un contratiempo de última hora, hoy amanecerá en un barrio distinto con su esposo y su hijo de 11 años de edad. Sobre la cabeza del niño no pende ultimátum alguno, pero ella no quiere esperar que la muerte llegue un día con su mensaje. Le dicen, y así quiere creerlo, que vivirá en un sitio donde no pasa lo que ocurre desde octubre en sus narices. "Los de arriba y los de abajo están enfrentados en mi sector y se caen a tiros todo el tiempo. No quiero ver a mi hijo muerto en uno de esos tiroteos, ni que termine por tomar el mal camino".
Encontró su nueva vivienda después de un periplo que la llevó a revisar minuciosamente cada rincón, casa, habitación que pudo en la capital y en Guarenas. Dejará su vivienda alquilada a un hombre que espera pasar sólo una temporada allí y está dispuesto a asumir los riesgos. Es el mejor plan que pudo hacer. Había pensado originalmente en enviar a su hijo con sus abuelos, en Barranquilla, Colombia, a pesar de que así fraccionaría a la familia. "No pude hacerlo", admite y no fue porque cambió de idea. "Mi mamá es muy mayor y tiene muchas necesidades para recibir otro encargo. Quería mudarlo allí, porque ella vive en un sitio donde no existe la inseguridad que tenemos en Venezuela".
Sin lugar
Huir, escapar, marcharse, mudarse. Son verbos que no sólo aparecen en el nuevo vocabulario de estas dos familias caraqueñas. Olas de constantes y pequeñas migraciones se reproducen en los sectores populares venezolanos debido a la violencia delictiva, que causó más de 115.000 homicidios en la última década y puso a Venezuela en el mapa mundial de los países más inseguros. Existe una masa de gente silenciosa que se encuentra en movimiento permanente. "Son los desplazados", dice Teolinda Bolívar, doctora en urbanismo y coordinadora del Centro Ciudades de la Gente de la Universidad Central de Venezuela. Engloba en esa categoría a todas las personas que dejan sus casas o sus barrios, que mandan lejos a sus hijos o que buscan refugios temporales con amigos y familiares para ponerse fuera del alcance de la violencia.
El término "desplazado" no deja de suscitar comparaciones con las víctimas de las guerras civiles o internacionales que huyen para escapar de una muerte segura y del desastre. La metáfora no fue el resultado de un ejercicio fraguado en un cubículo académico. Bolívar anotó la palabra en su libreta hace dos años y se la debe a un dirigente vecinal que intervino en una reunión de la Red Solidaria de Comunidades Autónomas, un foro que reúne a habitantes de los barrios de Caracas con profesores ucevistas. "La misma gente nos hizo ver el fenómeno y lo hemos constatado con muchas personas cercanas que lo han padecido en los sitios donde trabajamos".
Alejandra Morales Hackett, investigadora del Centro para la Paz de la Universidad Central de Venezuela, también se topó hace tres años con las súbitas desapariciones de sus colaboradores en un proyecto de observatorios de derechos humanos que desarrollaba en barrios de El Valle. "De pronto llegaban los muchachitos que nos ayudaban y nos decían que se tenían que ir y así ocurría. No sabíamos qué pasaba y decidimos profundizar más. Así nos dimos cuenta del problema".
La inmersión permitió descubrir patrones que parecen calcados de los testimonios de las víctimas, la mayoría de las cuales comparte una obsesión: mantenerse en el anonimato.
La enumeración de Morales Hackett parece la disección de una pesadilla. Las presiones de las bandas son la motivación de mayor urgencia para huir....

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